#HomoCañetus
“El debate entre un hombre y una mujer es muy complicado, porque si haces un abuso de superioridad intelectual parece que eres un machista que está acorralando a una mujer indefensa”. Estas palabras del ex ministro y candidato al Parlamento Europeo Miguel Arias Cañete han llevado a la primera línea de actualidad un tema que los psicólogos sociales vienen estudiando desde hace décadas: el sexismo.
Las excusas de Cañete para justificar su gris actuación en el debate que mantuvo con una candidata de otro partido son un reflejo de un tipo de sexismo denominado por Peter Glick y Susan Fiske (1996) como sexismo benevolente. Tradicionalmente, el sexismo era considerado como un reflejo de antipatía y hostilidad hacia las mujeres, a las que se les atribuían características negativas y roles de bajo estatus. Como otras formas de prejuicio tradicional, este tipo de sexismo hostil es rechazado por la mayor parte de la gente en las sociedades occidentales.
Sin embargo, hay otro tipo de sexismo más sutil y, por ello, quizá más peligroso, que continúa relegando a las mujeres a roles secundarios, esto es, el sexismo benevolente. Como en el sexismo hostil, el sexista benevolente asigna a las mujeres roles estereotípicos y restrictivos. La diferencia es que el sexista benevolente cree que esas características y esos roles estereotípicamente femeninos son positivos. A menudo hablan del “sexo bello” o del “mejor sexo” para referirse a las mujeres. Además, esa visión de las mujeres, a menudo, suscita comportamientos prosociales como la ayuda o la protección. Así, Arias Cañete prefiere no explotar sus cualidades en una debate frente a una mujer para no abusar de su superioridad, tal y como un padre deja ganar a su hija en las partidas de ajedrez para que la niña no se frustre.
Por tanto, podemos definir el sexismo benevolente como una ideología subjetivamente favorable, es decir, favorable en opinión de quien la posee, que ofrece protección y afecto a las mujeres que se ajustan a roles de género tradicionales (Glick y Fiske, 2001). Aunque el sexismo benevolente es aparentemente “amable”, sobre todo si lo comparamos con el sexismo hostil tradicional, es especialmente peligroso por dos razones: 1) porque no parece prejuicio a ojos de los hombres que lo manifiestan y 2) porque para muchas mujeres puede ser difícil rechazarlo. Al fin y al cabo, el sexismo benevolente puede tener ventajas- Sirva como anécdota el trato preferente que se da a las mujeres en emergencias.
En cualquier caso, el sexismo benevolente es una forma de prejuicio extendida en numerosas culturas que, junto con el sexismo hostil, compone un sistema de recompensas y castigos que refuerza y legitima las diferencias de género. Glick y Fiske (2001) sugieren que el sexismo benevolente recompensa a las mujeres que asumen roles convencionales, mientras que el sexismo hostil castiga a las que se rebelan contra la estructura de género tradicional. El sexismo benevolente no es inocuo, ni en política, ni en las relaciones personales.
El artículo de Glick y Fiske (2001) está aquí:
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