¿Cómo se justifican los actos de extrema crueldad contra otro grupo?

04/01/2016 19:25

        Los psicólogos sociales se han interesado casi desde los inicios de la disciplina por las razones que explican los actos de extrema crueldad como los genocidios. De acuerdo con la Corte Penal Internacional, se entiende por genocidio cualquier acto perpetrado con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal, y que puede consistir en: a) la matanza de miembros del grupo; b) la lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) el sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; d) las medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo y/o el traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo.
        En un modelo reciente, Reicher, Haslam y Rath (2008) proponen que los procesos psicosociales que facilitan el genocidio no son distintos de los que pueden conducir a la cooperación entre grupos. La clave, según estos autores, radica en el modo en que los miembros del grupo perpetrador definen los límites y la esencia de su grupo. El modelo distingue cinco fases en el desarrollo de actos de extrema crueldad.
       La primera fase es la identificación con el grupo, que conduce a la construcción de un grupo cohesivo. Cuando alguien se define como miembro de un grupo, se comporta de acuerdo con las normas y creencias de ese grupo y, además, espera que los demás hagan lo mismo. Los miembros llegan a un consenso sobre cómo es el mundo, qué es lo que importa y qué se debería hacer al respecto.
        La segunda fase es la exclusión, que consiste en situar a colectivos específicos fuera del propio grupo. Dentro de las definiciones sobre categorías nacionales podemos distinguir dos tipos extremos: a) las definiciones étnicas de nación basadas en la ascendencia o los genes y b) las definiciones cívicas, basadas en la residencia y el compromiso. Un mismo colectivo puede ser tratado de manera muy distinta dependiendo de cómo se defina la nación. Por ejemplo, en el periodo nazi la definición de la nación alemana era étnica y, por tanto, excluía a los judíos y a los gitanos. Sin embargo, en la misma época los judíos sí eran considerados parte de la nación búlgara y, en consecuencia, recibieron del resto de búlgaros la ayuda que normalmente se prestan entre sí los miembros de un mismo grupo. Prueba de ello es que en Bulgaria no se llevaron a cabo deportaciones a pesar de que los Nazis ordenaron trasladar a los judíos a campos de concentración.
        La tercera fase es la de amenaza, que consiste en presentar al otro grupo como un peligro para la identidad y la existencia del grupo. La amenaza siempre es construida, no es una amenaza objetiva. En esa construcción juega un papel fundamental la propaganda contra el otro grupo diseñada para deshumanizar a sus miembros. La deshumanización consiste en despojar a los integrantes del otro grupo de características humanas, lo que hace más aceptable la violencia contra ellos. Al fin y al cabo, si no son humanos, no es necesario tratarlos como tales. Las estrategias de deshumanización son variadas, por ejemplo, se utilizan imágenes y metáforas del mundo animal (“los judíos son ratas”, “los tutsis son cucarachas”) o relacionadas con seres amenazantes (demonios, invasores) o proscritos (asesinos, terroristas).
        La cuarta fase es la de la virtud, es decir, la representación del propio grupo como (el único) virtuoso. Aunque esta representación debería, en principio, inhibir la agresión, lo cierto es que suele tener consecuencias negativas si se combina con una visión negativa del otro grupo. Así, cuanto más virtuoso y bueno nos parece el propio grupo, más malvado creemos que es el grupo contrario que, además, amenaza nuestra existencia. Ensalzar la bondad del propio grupo estimula el odio colectivo y permite dar el último y definitivo paso.
        El último paso consiste en la celebración de la aniquilación del otro grupo como si fuera un acto de defensa de la virtud. Cuando se ha definido al otro grupo como una amenaza para el propio grupo y se adopta una visión maniquea del mundo en el que propio grupo representa al bien y el otro grupo encarna el mal, la destrucción del otro grupo pasa a ser un imperativo moral. Y son precisamente quienes eliminan a miembros del otro grupo quienes poseen una mayor fortaleza moral.
        En conclusión, el camino hacia el genocidio se asienta en una definición reduccionista del propio grupo y en su exaltación, así como en la percepción de quienes se quedan fuera de los límites grupales como una amenaza para el propio grupo.

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Alexandra Vázquez Departamento de Psicología Social y de las Organizaciones
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